lunes, 29 de noviembre de 2010

Museo de los niños









Le dijimos a Ana que íbamos a ir a un museo para chicos que se llama “Museo de los niños”. Puso cara de que no sabía de qué le hablábamos. Frenamos en un semáforo y preguntó si ya habíamos llegado. Confirmado: no tenía ni idea de lo que le estábamos hablando.

Llegamos y mientras yo sacaba las entradas, Ana y Pato fueron a mirar una muestra de ilustradores para chicos que hay antes de entrar al Museo (es decir, gratis). Ana se soltó y empezó a opinar: le gustaba. La muestra está muy buena!

Entramos. Se asustó un poco con el ruido del subte cuando pasamos por adentro del vagón. Llegamos al supermercado. Agarramos un changuito (de tamaño para chicos, bien, muy bien) y listo. Empezó a meter envases de plástico, queso, medialunas (a las que llama aceitunas), un colador, un par de vasos de colores, una banana, dos mandarinas, algunos limones y tres tomates. Fue a la caja donde había una “cajera” de unos ocho años que pasó todo con los códigos de barra, le explicó a Ana dónde había que pesar la fruta y finalmente le dijo cuánto era. Ana no le quiso dar la plata que ya se había guardado en el bolsillo (y que tiene unas ilustraciones bellísimas, como absolutamente todas las ilustraciones del Museo). No importó. Las dos estaban contentas.

Invitamos a Ana a seguir recorriendo el Museo. Aceptó pero con la condición de salir del supermercado con el changuito. No se puede, así que nos quedamos un rato ahí parados los tres. Ana agarraba en chango y miraba, muy atenta y concentrada, todo lo que pasaba en el supermercado. Nosotros nos mirábamos entre nosotros, intercambiábamos algún comentario con la señorita que cuida el super y a los niños que ingresan, y esperamos a que soltara el changuito de las compras para poder salir.

Visitamos el siguiente espacio que muestra cómo se hace la leche. Lo que más le gustó a Ana fue una vaca tamaño real (“pero no es de verdad”, nos explicó) a la que nos pidió que la subamos, como un caballito, y nos pedía que nos alejáramos cada vez más; una mesas con sillas, platos, y lácteos para servir que le encantaron; y una heladera gigante en la que se puede entrar y cerrar la puerta. Tiene luz azul y eso la divertía mucho.

Hasta ahí llegamos porque el Museo cerraba. Volveremos pronto. Nos encantó a todos y nos quedamos con ganas de seguir recorriéndolo. Muy, muy recomendable. Cuando vuelva, voy a hacer un recorrido exhaustivo para contar todo lo que hay y hacer sugerencias para distintas edades… hay hasta un canal de televisión con cámaras que manejan los chicos. Un museo para chicos.

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