“¡¿Vos existías cuando fue la guerra de Malvinas?!” le preguntó muy sorprendida la hija adolescente a su papá, el escritor
Mario Mendez. Entonces, el autor de
El que no salta es un holandés (entre otros títulos), entendió la importancia de que chicos y chicas de primaria y secundaria escuchen, lean y aprendan sobre lo que pasó en Malvinas.
“Fue una guerra que no vivimos de cerca. Mucho de lo que está escrito refleja cómo lo vivimos desde lejos: en Buenos Aires o en otras ciudades. Al terminar, nadie se quiso acordar de la guerra”, reflexiona Mendez al tiempo que adelanta en exclusiva que Las sonrisas perdidas, su próxima novela destinada a chicos a partir de 5° grado, es la historia de un chico joven en Malvinas.
“Un chico de 11 años que vive en Mar del Plata cuenta cómo, en 1981, su familia recibe en su casa a un soldado hijo de unos amigos que viven en el sur. Los temores de ser llamado para ir al frente, las visitas, y el amor que nace con la hermana mayor del niño protagonista”, resume Mendez que forma parte del colectivo LIJ (Literatura Infantil y Juvenil).
En línea con la recuperación de la memoria de lo que sucedió en Malvinas para público joven, Emilia Darú, propietaria de la librería virtual especializada en literatura infantil Mamá con cuentos, recomienda:
Las otras islas, de Inés Garland. Narrado desde una niña de 13 años cuyos amigos tienen que ir a la guerra. El cuento forma parte de la antología que lleva el mismo nombre, donde también se encuentran los cuentos Me van a tener que disculpar, de Eduardo Sacheri; La penitencia, de Marcelo Birmajer; El puente de arena, de Liliana Bodoc; Clase ‘63, de Pablo De Santis; Memorándum Almazán, de Juan Forn; El alimento del futuro, de Pablo Ramos; La guerra de las Malvinas, de Patricia Suárez; Nunca estuve en una guerra, de Franco Vaccarini; Nadar de Pie, de Sandra Comino, y No dejes que una bomba dañe el clavel de la bandeja, de Esteban Valentino. El cuento de Valentino (aquí en una edición digital del Ministerio de Educación de la Nación) es una historia de amor en medio de la guerra.
Laura Ávila es escritora especializada en ficción histórica y literatura para niños y niñas, guionista y realizadora cinematográfica. El corto “Aguará” (2016), de Ávila, sucede en Malvinas en 1832 y forma parte de una serie de capítulos unitarios que se llama Historias chicas. Cada capítulo cuenta un episodio de nuestra historia protagonizado por niños y niñas. La autora opina:
“Hay que abordar Malvinas integralmente, contando su historia desde que fue parte de los dominios españoles, pero también pasando por su etapa francesa e inglesa, por el intento de Rosas de integrarla a la Confederación, por los saqueos norteamericanos y finalmente por su apropiación británica hasta 1982, para que se comprenda que la historia es un proceso dinámico, en donde pasan muchas cosas. Conocer el pasado de nuestro país puede ayudarnos a encontrar soluciones a los problemas de hoy”.
“El objetivo del corto, que es una animación, era reflexionar acerca de la brecha entre unitarios y federales, y también acerca de cómo eran las islas mucho antes del conflicto armado de 1982. Un sitio sin árboles ni cultivos, atado al continente por su paisaje parecido y ventoso. Una pampa muy austral, hablada en castellano, inglés y francés. Cada tanto aparecía un barco pirata, o algunos loberos. Era un mundo peligroso pero fascinante. Un lugar en donde se compartían el peligro y la aventura”.
“Yo percibo que los chicos y las chicas conocen más el tema de la guerra de 1982, porque lo ven en la escuela como un día de conmemoración. Pero también me doy cuenta de que en el calendario escolar lo toman como unas efemérides aisladas, quizá sin percibir que esa guerra fue el último eslabón de la dictadura cívico- militar que empezó en 1976”, sostiene Laura Ávila.
Ver aquí el corto "Aguará"
Eitan, el nieto mayor del ex combatiente Claudio Garbolino un día llegó del jardín hablando de la guerra de Malvinas. “Me parecía crudo contar la guerra a niños tan pequeños. Empecé a buscar un texto acorde para él y como no encontré, lo hice yo mismo”, recuerda Garbolino al hablar de Pipino el pingüino, el monstruo y las Islas Malvinas, pensado para niños de entre 3 y 6 años.
Su hija Antonella es diseñadora gráfica y lo ilustró y de a poco este trabajo familiar, nacido desde el amor y el cariño, empezó a “viralizarse” entre familias y jardines de infantes y ya lleva seis ediciones. “A través de las redes sociales Pipino fue creciendo y dándose a conocer”, recuerda Garbolino.
“La idea es, de una forma lúdica y participativa, darle un manto de color y esperanza sobre lo que siempre fue Malvinas. Pensar con color que las islas Malvinas son argentinas”, dice el autor y resalta que su vida es un antes y un después de Malvinas. “La vivencia está ahí, no se me borra. Pero Pipino fue un volantazo importante para mi y para otros ex combatientes por ejemplo que dan charlas en escuelas y ahora también van a los jardines”, dice.
El viernes 2 de abril a las 14 y a las 18h la señal infantil Pakapaka propondrá al aire La asombrosa excursión de Zamba a las islas Malvinas donde Zamba y Sapucai visitan el Museo Malvinas donde viven una asombrosa aventura y se preguntan: ¿por qué las Islas Malvinas son argentinas?
Una yapa que nos acerca Mamá con cuentos es El general extranjero de hojalata y la vieja dama de Hierro. “Un cuento que relata el conflicto por las islas pero desde el punto de vista del pueblo. Ridiculiza la ambición por el poder de los mandatarios, mostrándolos como robots poderosos (La dama de hierro: Thatcher), y al final los que quedan en el medio del conflicto son las personas”, sintetiza Darú.
En línea con la recuperación de la memoria de lo que sucedió en Malvinas, Mario Mendez enfatiza sobre el respeto y reconocimiento que merecen los ex combatientes y recomienda El día que se acabó el pan, de Federico Lorenz, donde se relata aquel 19 de junio de 1982 cuando los soldados argentinos regresaron de la guerra y desembarcaron en Puerto Madryn. Los jóvenes combatientes descendieron hambrientos y pidiendo pan. La gente, emocionada, se acercó a los camiones del Ejército, rompió el cerco militar y les ofreció pan, sandwiches, comida. Ese día se acabó el pan en la ciudad y la solidaridad movilizó a quienes no les dieron la espalda a los jóvenes de 18 años que volvían de Malvinas.
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